Meditad de vez en cuando sobre esta bella imagen de la transparencia...
Comprenderéis que para que la vida pase, para que la luz pase, para que las corrientes celestiales pasen, debéis abrirles camino, es decir, volveros transparentes. Todo en la naturaleza pone de relieve esta ley.
¿Por qué las piedras preciosas son tan apreciadas? Porque son coloreadas, claro, pero sobre todo porque son transparentes: dejan pasar la luz... ¿Cómo ha logrado la naturaleza trabajar tan magníficamente sobre ciertos minerales, purificarlos, afinarlos para hacer con ellos estas maravillas que admiramos: cristal, diamante, zafiro, esmeralda, topacio, rubí...? Y si la naturaleza lo ha logrado, ¿por qué no iba a lograr también el ser humano hacer este trabajo en sí mismo?
Toda la práctica espiritual debe tender hacia esta meta. Cuando hayamos logrado purificarlo todo en nuestro corazón y en nuestra alma, hasta llegar a ser límpidos, transparentes, el Señor, que aprecia mucho las piedras preciosas, nos pondrá en su corona. Se trata de una imagen, claro, pero que corresponde a algo muy real.
Autor: Omraam M. Aivanhov
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